" La plaza está abarrotada de gente. Y eso que empieza a refrescar. Un corro de críos chilla con ímpetu mientras patalea el suelo en una carrera absurda y violenta, que interrumpe la quietud de la tarde suave.
A lo lejos viene Juan, con paso seguro, algo tímido. Parece, por su gesto, satisfecho. Con el agrio piar de los gorriones enloquecidos y la fresca brisa, parece exagerarse el ademán de su rostro redondo. Es como si su expresión quisiera decir: -Quiero gritar de alegría.
Yo estoy sentada en el último banco de la placeta del parque, esperándolo y no puedo evitar una sonrisa al verle.
Para mí, Juan es lo que nunca había representado ningún otro hombre. Ya desde pequeña, creo que soñaba con un hombre así. Es como un príncipe azul, pero menos onírico y romántico. Juan es un hombre serio. Su gran bigote le hace parecer, junto a su enorme envergadura, un niño grande. Sí, un niño grande y un gran niño convertido en hombre.
Muchas veces, cuando paseamos juntos, no hacen falta las palabras. Nos entendemos bien mirándonos. Al principio de conocerle, me impactaba su laconismo. Ahora sé que Juan sueña mientras vive. Quizá a cualquier mujer esto le cabrearía. A mí no me importa, sé que forma parte de su carácter y ahora que me he acostumbrado, me gusta que sea así.
Dicen los expertos que el enamoramiento en la pareja dura unos dos años y que después se empieza a ver al otro como un ser lleno de defectos o de cosas que no nos gustan. No sé, pero nosotros llevamos más de tres años juntos y siento con él la misma sensación interna de felicidad que me produce la contemplación serena del mar cuando está solitario.
Además Juan es como un niño lleno de ilusiones. Cada día parece renovarse; y eso me anima a quererle más. Al principio no quería, pero... acabé por ceder ante su encanto. Es tan...
-¡Me lo han aceptado!- dice Juan pletórico al acercarse.
-¡Bien, bien, bien!- le respondo casi gritando de alegría.
-Me ha dicho que éste tipo de cuentos cortos para adultos se vende mucho, pero por otra parte al haber demanda, hay demasiada oferta. Y eso dificulta el éxito. El caso es que dice que estuvo leyendo algunos completos, como el de la barca, ojeando otros y todos, según él pueden tener gancho para el grupo editorial.
- ¡Ay Juan, pero eso es fantástico!
- Sí, fantástico; esperemos a ver qué pasa, cómo se vende. ¡En fín!- Y calló.
Aquélla tarde estaba todo teñido de una tonalidad opaca tendente al ocre, llena de destellante calidez.
A veces hay épocas en la vida, en que todos los elementos que nos rodean parecen teñirse de colores especiales, como cuando en el teatro nos ponen un escenario decorado de tal manera, que hiciera que todo surgiera en una acción determinada con mayor facilidad.
Hay veces que Juan está tan callado que cualquiera diría que está o preocupado o enfadado. Pero él es así.
A veces echo de menos que me hable un poquito más. Su mutismo me ha desconcertado en más de una ocasión. Dicen que las mujeres somos más comunicativas. Quizá seamos más expresivas y nos gusta mucho comunicarnos. Juan es un témpano. Lo peor que tiene es su escaso sentido del humor. Al principio, no lo echaba en falta, porque me reía con sus ocurrencias aunque él hablase en serio. Pero con el tiempo me fuí dando cuenta de que una cosa era que sus cosas me hicieran gracia y otra muy distinta, su sentido del humor. ¿Sentido del humor? ¡Qué ridiculez! ¡Pero si no tiene! ¡Menudo rancio es Juan! Porque yo le quiero, que si no...
Con lo que yo he gustado siempre y he acabado en manos de un señor tan soso y con bigote. El caso es que cuando le conocí, el bigote formaba parte de su indumentaria y eso me lo hacía parecer en conjunto más atractivo... No sé, lo alto que era, sus ojos azules con expresión infantil, su acento como de extranjero, porque éso sí, hablar, habla bien, pero a veces parece que no sabe pronunciar las erres ni las eses. Parece patético, pero yo le quiero. El caso es que antes no me planteaba todas estas cosas. Él siempre me dice que a pesar de mi edad, aún soy demasiado inmadura como para enamorarme de un "carcamal" como él.
Hoy cuando vuelva, le voy a decir que vayamos a tomar algo por ahí y le voy a dejar caer el tema del bigote. ¡Por Dios, no se da cuenta del ridículo que hace! Al principio se le perdona, pero después de tres años...
Además, si poco a poco le convenciera de que vistiera de otra forma... No me gusta la figura que le hace esa cazadora de ante beige pasada de moda. ¡Anda que sus andares...! El pobre parece un pavo mareado. Si no fuera por lo que le quiero... El caso es que no sé porqué le quiero. Malo no es, pero..."
Al oir el teléfono, Juan dejó caer la carta de Berta entre sus dedos al escritorio, pero mientras se apresuró a coger el móvil, los papeles se deslizaron hacia el suelo sin que él se percatase.
-¡Hola guapa!
A través del auricular se escuchaba una voz que fluctuaba con animosidad y rapidez, en una tonalidad aguda y contenta.
-¿Ésta noche?- Inquirió Juan
-¡Bueno!- Respondió sin demasiado ánimo. El hilo chirriante y alegre de voz, no dejaba desde el otro lado de cascabelear excusas y razones, ¿razones?
-¡Vale,... bien... Que te diviertas!
Todo ésto, la carta de ella, la llamada, le hacía desvanecerse un poco. ¿Estaba soñando? O acaso todo había sido una ilusión.
La carta seguía allí, pero él ya no quería seguir leyendo. Había llegado a sus manos accidentalmente. Ella se la había dejado olvidada en el escritorio y Juan sólo iba a coger un lápiz del segundo cajoncillo, cuando vió los pliegos allí expuestos, llamando la atención. Fué un accidente.
Fué un accidente conocerse en aquélla fiesta de cumpleaños de su sobrino. ¡En qué hora coincidió con aquélla preciosa mujer de mirada penetrante, que llevaba de la mano a otro de los amiguitos invitados a la fiesta del cumple! A partir de aquél dia, todo quedaba envuelto en una nebulosa que ahora comenzaba a desgranarse, quedando de pronto límpida la imagen en su retina.
Juan, en el fondo se quería a sí mismo demasiado como para formar parte de los nuevos planes que su amada tenía para él. Al fín, descubrió algo nuevo sobre el ser, algo que llevaba siglos descubierto. No se disgustó. Aceptó la situación y escogiéndose a sí mismo, y cogiendo lo imprescindible, se largó con tristeza. Ya volvería más adelante a por el resto, cuando fuese más conveniente. Se imaginaba la cara que se le pondría a Berta al regresar, pero era mejor así.
Al fín y al cabo, él no iba a afeitarse...
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