viernes, 4 de mayo de 2012

MALDITA RISA NERVIOSA. LA TRAGEDIA EN LA ÓPERA.



      Todavía me acuerdo con rubor, de aquél lejano día en que asistí al ensayo general previo al estreno de la famosa ópera de W.A. Mozart. Estaba por entonces realizando mi formación musical con la pianista doña Juana Peñalver, cuando fuí invitado a la representación de "La Flauta Mágica" gracias a la colaboración del Conservatorio, que en ocasiones reservaba  cierto número de entradas para los alumnos. Como era el ensayo general previo al concierto y estaría dedicado en especial al repertorio cantado, se había decidido prescindir para éste evento de la orquesta, que iba a ser sustituída por el acompañamiento al piano de la prestigiosa pianista y profesora.

      Yo estaba tan ilusionado de tener la oportunidad de escuchar ésta obra maravillosa del genio universal, que llamé en seguida a Amaya, para darle la sorpresa: El próximo sábado iríamos a disfrutar de "La Flauta Mágica".

      Llegó el día de la representación y cuando llegamos al Salón de Actos del Centro Cultural, como aún era temprano, pude escoger sitio, así que para poder ver de cerca las manos de la pianista tocando, nos sentamos en un lugar cercano al piano, entre las primeras filas. Todo prometía. Estaba con mi novia de entonces, sentado junto a un escenario donde íbamos a disfrutar en breve de una de las piezas musicales más bonitas del Mundo. ¿He dicho disfrutar?

      La Flauta Mágica es una pequeña ópera semihablada, o singspiel que estrenó Mozart dos meses antes de morir. Como representante del más puro clasicismo, la obra, tiene un tinte mágico y sombrío, pero a la vez está tratada con toques de humor. Como muchos de vosotros sabéis, se trata de una especie de cuento, en el que aparecen distintos protagonistas, entre ellos la maga "Reina de la Noche", un galán hechizado llamado Tamino y un personaje fantástico con aspecto de pájaro desgarbado, llamado Papageno y su novia Papagena.

      Llegó el momento de la función y la pianista tocó la bonita obertura, a la que fueron sucediéndose el resto de los números. Todo iba perfectamente, bajo una interpretación magistral. Amaya y yo disfrutábamos mucho, teniendo en cuenta que llevábamos muy poquito tiempo saliendo y aún no existía la total confianza que es frecuente en las parejas veteranas.

      Pero, una maldición  empezó a poseerme a partir del segundo acto, en el episodio en que La Reina de la Noche comienza a clamar con ira vengativa y cuchillo en mano a su hija Pamina, en la preciosa canción: "Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen":



      No sé cómo fué, el caso es que pese a estar metido en la terrible escena, empezó poco a poco a resultarme cómico el atuendo que llevaban las cantantes, disfrazadas para la función con extrañas vestimentas. Sin embargo, el aria era tan bella que no dejaba de conmoverme. Así, que me entregué sin remedio a la voluptuosidad de aquélla música prodigiosa mientras con la mirada recorría distraído toda la estancia desde las esquinas del escenario a las cantantes, desde las manos de la pianista hasta los rostros del público de las primeras butacas.

       En un momento dado, mis ojos pararon en la ridícula expresión de una señora que llevaba el pelo cardado con un artificioso y trasnochado peinado de peluquería y sin saber cómo, empezó a invadirme una incontrolable risa nerviosa. Para silenciarla, decidí tragar saliva y entonces un terrible nudo húmedo se me atravesó en la garganta reseca por el ambiente de la sala. Entonces, casi a punto de ahogarme me ví obligado a regurgitar el nudo de saliva que me ahogaba y sin poder controlarlo, sonó, en el lírico ambiente, como un pequeño estruendo, el grosero ruido laríngeo que producen los bronquíticos cuando están en proceso de expulsión de una flema. El Mundo se me cayó encima y sin valor para mirar a mi alrededor, me fuí escurriendo por la butaca hacia abajo, como queriendo ser absorbido por el suelo. Cuando llegué a una posición lo suficiente atrincherada, me atreví a mirar de soslayo a Amaya, que distraída de la catarsis de la escena teatral, pasó a la escena mundana que sufría al lado suyo y, sorprendentemente, en vez de dirigirme una mirada fustigante, sus ojos me miraron con una preocupación furtiva, que cesó al tranquilizarla yo con los míos.

      Todo parecía haber cedido nuevamente el protagonismo a la ópera, hasta que sin querer, volví a mirar a la señora del ridículo peinado. Parecía sentirse absoluta, bajo ésa expresión de suficiencia. En seguida noté que de la parte superior trasera del peinado, comenzaba a emerger una especie de pinza puntiaguda que la estaba desmoronando parcialmente el cardado. Parecía una pluma de Papageno. Sin saber cómo, una incontenible risa nerviosa empezó a apoderarse de mí, así que con la mayor discrección, decidí volver a atrincherarme en la butaca y taparme la cara y la boca con disimulo.

      Demasiado tarde:Ahora ya los ojos de Amaya me miraban inquisitivos, igual que los de la señora que tenía al otro lado. Estaba perdido. Un músico como yo, que había sido invitado a un evento así, me estaba comportando como un adolescente de catorce años. Una terrible inercia me invadía. Me veía poseído por la absurda maldición de una risa floja, que a partir de ahí, me impedía concentrarme en el desarrollo de la trama y de la música.

      A continuación, comenzaron las apariciones en escena de los emplumados y ridículos personajes, dramáticamente involucrados en su historia y yo ya no tenía más historia, que luchar contra la maldita risa tonta. Probaba distintas soluciones. Primero empecé a morderme un labio, para hacerme daño y así evitar la risa, pero resultaba extremadamente insuficiente, porque mientras contenía la risa, la cara se me iba hinchando como un globo colorado y cuando no podía más, barruntaba un estallido. Entonces probé a pellizcarme con fuerza un brazo para conmutar el dolor por la inoportuna risa que amenazaba constante y maldita. Como no era suficiente, decidí comenzar a pensar en cosas tristes, como mi precaria situación económica. Así y sin levantar la mirada del suelo, conseguí, con mucho esfuerzo, "llegar" al maravilloso duetto de amor de Papageno cuando se reencuentra felizmente con su querida Papagena. Como los dos parecían en la escena sendos pollos coloreados y medio desplumados, un indicio de la terrible tragedia que asolaba mi ser aquélla tarde, comenzó a crecer de una manera incontrolable. Entonces una desesperada carcajada salió de mí como el Etna, en un estallido implacable. Aquéllo era el fín de mi conciencia.

      Sin saber cómo esconderme ni dónde mirar, me tapé la cara compulsivamente con las dos manos. Sólo deseaba una cosa en ése momento: Desaparecer. Una horda frenética de razonable público, comenzó a chistar y a protestar.

      Tras el dúo de Papageno y Papagena, se fué desencadenando el final, apenas sin darme cuenta. Al terminar la función, salí escopetado, con tanto ímpetu que casi tiro al suelo a la pobre señora del ilustrado peinado. Una vez en la calle, tuve que mentir a Amaya, porque me sentía avergonzado. Le dije que algo se me atragantaba en la laringe. Ella, haciéndose cargo de la situación, fingió creerme, compasivamente.

       A veces hay en la vida una especie de predestinación que nos lleva sin quererlo, a situaciones difíciles de controlar. Sucede incluso disfrutando de algo tan singular como La Flauta Mágica de W.A. Mozart, que al final es una dulce comedia.




     

      Los dos vídeos ilustrativos proceden del archivo de you tube. La imagen principal, está publicada en las imágenes relativas a ésta ópera, en internet.