...Caminando me he ido adentrando en el pueblo. Huele a una entrañable mezcla de exóticos aromas, que me recuerda un lejano periplo por las elevadas laderas peruanas, donde el olor de amancae embriaga el corazón por los sentidos.
Acabo de encontrar por casualidad un pequeño edificio casi destartalado, sobre cuyo portón puedo leer:
BIBLIOTECA MUNICIPAL. Siempre he tenido curiosidad por ver qué tipo de literatura albergan las bibliotecas de las pequeñas poblaciones, pero cuando pasé a ésta, quedé gratamente impresionado por un volumen que jamás había visto. Estaba clasificado en una estantería, bajo el lema: VIAJES Y AVENTURAS.
No recuerdo bien el título, pero era algo así como LOS ANCESTROS DESCONOCIDOS. Era de un autor norteamericano, un tal Preston, pero hay tantos Preston por aquellos lares como aquí Fernández.
Abrí el libro y mirando el índice leí un título que me llenó de curiosidad:
THABANNKA HA MUERTO. PAISAJES NUEVOS.
Thabannka era el último representante de una tribu australiana que habitó el continente seguramente miles de años antes de los maoríes neozelandeses y fué desapareciendo en virtud de su profunda ingenuidad y espíritu pacífico. Pertenecía a una extinguida raza que tuvo la dicha de encontrarse en un paraíso terrenal donde no faltaba de nada y sobraba hasta la belleza del paisaje exuberante. Incluso el benigno clima habitual durante casi todo el año, era una bendición para la tribu de Thabannka.
Era un hombre de magra figura, de metro ochenta y ojos claros. Sus finos miembros tenían la flexibilidad del más trepador de los simios. La suavidad de su piel denotaba la bendición del clima que gozaba.
Acostumbrados a la bonanza general, él y toda su tribu habían ido perdiendo el intrínseco instinto de protección del resto de la raza humana, porque la lucha y el impulso sólo se dan en condiciones adversas.
Con una larga caña a la que adosaba un alargado guijarro y rodeaba de finos juncos a modo de cuerda como sujección, Thabannka cazaba más que pescaba la proteína que necesitaba como complemento a su menú vegetal de bayas y frutos. Era incapaz de matar otros seres vivos, a los que consideraba como iguales compañeros de vida. Y sólo pescaba cuando se lo pedían sus intestinos.
Thabannka amaba la música, que él mismo componía. Para ello se valía de instrumentos rutinarios, como cañas, cáscaras duras de frutos, que llenaba de agua a distintos niveles para al ser golpeados levemente, conseguir diferentes sonidos; también usaba los troncos huecos de algunos árboles muertos como instrumentos de percusión.
Compartía todo con todos los miembros de su familia, aunque sus afectos íntimos eran privados y seriamente respetados por todos.
Amaba la Vida casi sin saberlo. Todos los dias hacía el amor, porque sólo tenía amor en su cabeza: a la Vida, a su vida y a su entorno, que le trataban como a un rey.
Pero también a lejanas tierras comenzó a expandirse el espíritu de la codicia.
Un mal día, desembarcó por aquéllos mundos una tropa de toscos guerreros. Iban forrados de gruesas pieles de animales sacrificados y en sus brazos y cuello llevaban el símbolo de su avaricia: rústicos collares y brazaletes hechos de metales y piedras preciosas. Pero también llevaban algo mortífero que Thabannka y los de su familia desconocían: Se llamaban "armas" y servían para "matar" al "enemigo".
Todos aquéllos conceptos superaban a Thabannka, acostumbrado a una vida grácil y a una convivencia pacífica entre los suyos. Así que sin saber cómo reaccionar cuando vió bajar a ésos extraños de sus botes y dirigirse hasta la costa, se quedó embobado hasta que uno de ésos malhechores, cogió a su mujer tirando fuertemente de su brazo, para secuestrarla o algo peor. Entonces Thabankka, sintió algo que jamás antes había sentido y hecho un loco, agarró con furia al desalmado por el cuello y, sin querer, lo estranguló.
Entonces una terrible marea de descontrolados asaltos invadió la isla de manos de los facciosos, matando a sus nativos y destrozando sus cabañas, quemando y arrasando la pacífica aldea...
No recuerdo qué libro es y lo lamento. He buscado información sobre las primeras tribus australianas y lamentablemente sólo encuentro tribus y tribus de guerreros que iban acabando unos con otros, como todas las Historias de todas las naciones "modernas". Da la sensación de que la guerra predomina sobre la paz, es lo que venden los telediarios cuando nos hablan de países lejanos. Es una cruel mentira. Hay países maravillosos para vivir, aunque si bien tienen regímenes políticos austeros, la gente de la calle es, al contrario de lo que nos quieren hacer creer los "informadores públicos", profundamente humana. Tal es el caso de Egipto, donde hasta por las calles de El Cairo, te sientes acogido por la familiaridad de sus gentes, como si fueras por una entrañable aldea.
Las antípodas serían Madrid, París o Londres, donde la frialdad humana da miedo. Una vez, una joven peruana cayó desmayada al suelo, en un andén del Metro de una estación muy concurrida, con la mala suerte de que la pobre chiquilla se golpeó el cráneo contra el suelo al caer y quedó dormida. La gente se apartó con una mezcla de miedo y asco. Yo tuve la suerte de tener el móvil a mano y llamé al 112. Y a gritos subí llamando a los vigilantes. No sé lo que sería de la pobre chica, pero ¿Qué clase de gente es la que tenemos en ésta sociedad del " Mundo Civilizado"? En El Cairo, yo lo he visto, muchas familias humildes se tumban en cualquier explanada verde en la ciudad, para juntos reir o soñar con tiempos de bonanza. Los integristas son sólo una minoría. En Europa y EEUU, la sociedad se ha hecho integrista, defendiendo servilmente los intereses capitalistas. Cada vez hay más pobres en el "Mundo Desarrollado".
Yo, desde éste humilde rincón de mi escritorio, me identifico cada vez más con Thabannka. Llevo sin saberlo desde niño ése espíritu de intentar saborear lo más posible la vida que me ha tocado en éste juego.
Y es francamente difícil conservar el niño interior en cuanto a ilusión, en ésta miserable sociedad cuyos sumos pontífices son el euro y el dólar. Pero no imposible, porque uno a sus años está ya algo prevenido contra cualquier banda de malhechores facciosos que puedan desembocar en mi isla interior. A diferencia de Thabannka, estoy algo más prevenido y la experiencia me ha aportado algunas pautas, para al menos salir medianamente del paso.
Un lejano reloj campanea desde su torre; es la señal convenida y algo presuroso tomo la vereda de la izquierda, pues tras la próxima jornada, he de comenzar mi ruta hacia aquél lugar...
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